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Memorias de un guerrero

Memorias de un guerrero

Lecturas

Por Amanda Mars

El 11 de septiembre de 2001, a las 8.46, cuando el primer avión se estrelló contra la torre norte del World Trade Center (WTC), Ray Kelly estaba en un desayuno de trabajo en Bear Stearns, el banco que le había fichado como jefe de seguridad. Aquello parecía un accidente trágico, pero 17 minutos después, cuando el segundo avión impactó en la otra torre, Kelly sabía que la historia de Nueva York acababa de cambiar. Su mente viajó a 1993, al atentado que el mismo WTC había sufrido cuando él era jefe de la policía de la ciudad. Al ver las ruinas, asumió que el país estaba en guerra. “Y yo quería estar en ella”, cuenta en las memorias que publicó el pasado otoño (Vigilance; Hachette, 2015).

Cuatro meses después del 11-S, el recién elegido alcalde, Michael Bloomberg, le propuso retomar las riendas del cuerpo. Bajo su mando nació una nueva agencia antiterrorista dentro del departamento, con su propio servicio de inteligencia pilotado por un exdirectivo de la CIA, agentes desplegados en el extranjero y una autonomía y unos recursos que no tienen parangón en ninguna otra policía local. La nueva oficina sustituía a una unidad convencional contra el terrorismo que el nuevo alcalde consideraba insuficiente. Porque Nueva York, quintaesencia del poderío cultural y económico de EE UU, era un objetivo preciado por el terror desde hacía 100 años y lo seguiría siendo.

Después de las Torres Gemelas intentaron reventar el puente de Brooklyn, atentar en Times Square o inundar el sur de Manhattan. Kelly es capaz de relatar pormenorizadamente cada una de las 16 tramas del extremismo islamista que fracasaron entre 2002 y 2013, su segundo periodo al frente de la policía neoyorquina, una de las mayores del mundo, una suerte de ejército azul de 50.000 efectivos. Antes había sido la mano de hierro del alcalde David Dinkins a principios de los noventa. El plan terrorista que más le impresionó fue el de Times Square, en 2010, porque, confiesa, “no sabíamos nada de ello”. Un hombre llamado Faisal Shahzad no acertó con la fórmula del artefacto y por eso se evitó la tragedia.

Nacido en 1941, Kelly es una criatura de factura 100% neoyorquina. Su niñez abarca la transformación de la moderna Gran Manzana, la herencia del new deal y los últimos años del carismático alcalde Fiorello La Guardia. Su madre era dependienta en Macy’s, los grandes almacenes más populares del país, y su padre trabajaba como lechero hasta que las nuevas ordenanzas municipales, impulsadas por La Guardia, hicieron más barato comprarla en el ultramarinos.

Creció en el Upper West Side, en el noroeste de Manhattan, un barrio entonces de clase trabajadora en el que los hijos de los inmigrantes puertorriqueños e irlandeses jugaban en la calle. Se hizo policía, combatió en Vietnam, pasó por la Interpol y es la persona que más tiempo ha estado al mando de la fuerza metropolitana. Ahora es vicepresidente de K2 Intelligence, una firma de investigación y ciberdefensa. Y sigue conociendo de memoria cada rincón de la ciudad más populosa del país. “Nadie defendería nunca Nueva York como lo harían los propios neoyorquinos”, añade en sus memorias.

–Dicen que los neoyorquinos están hechos de un material especial, ¿verdad?

–Resiliencia, esa es la palabra. Podemos llevarnos un buen puñetazo y seguir peleando.

–Están a punto de cumplirse 15 años del atentado más sangriento de la historia de EE UU, con Nueva York como epicentro. ¿Imaginó entonces que la ciudad se recuperaría tan rápido?

–Era difícil, pero demuestra la resiliencia de los neoyorquinos. La ciudad se recuperó de muchas cosas ese mismo año. Mi casa estaba al lado de donde ocurrió y no pude volver allí en dos meses, pero para mí fue alucinante ver cómo enseguida la vida continuaba por encima de Canal Street, aquella gente en los restaurantes… Era una sensación buena, era un “eh, vamos a superar esto”, “vamos a mantener Nueva York tal y como el mundo entero lo ha conocido…”. Y se recuperó mucho más rápido de lo que esperaba. Le reconozco el mérito a mucha gente, a muchas entidades, como la Autoridad Portuaria o el sector privado, y le concedo un papel crucial al liderazgo de Michael Bloomberg.

–¿Cómo le planteó la creación de esa fuerza antiterrorista dentro del cuerpo?

–Nueva York es un caso especial en muchos aspectos, diferente de otras ciudades, y había sufrido dos ataques terroristas muy graves. Sabíamos que teníamos que hacer algo, no queríamos suplantar el papel del Gobierno, sino complementarlo. La falta de intercambio de información entre la CIA y el FBI había posibilitado a algunos de esos terroristas entrar y quedarse en el país. No queríamos depender solo del Gobierno federal.

El 11-M de Madrid es un buen ejemplo de la autonomía de la unidad antiterrorista de Nueva York. En el libro Securing The City, el periodista Christopher Dickey relata cómo, escasas horas después de que estallaran las bombas, un agente del cuerpo –asignado en Tel Aviv– ya estaba en la capital de España recabando información y reportando a Kelly.

El FBI intentó evitar el despliegue: “No estáis autorizados a enviar a nadie”, le dijo el agente federal destinado en la Embajada de EE UU en España, pero David Cohen –exjefe de operaciones de la CIA y entonces responsable de inteligencia del departamento de la policía– le replicó que ya habían logrado luz verde de las autoridades españolas y que su gente estaba de camino. Cuando amaneció al otro lado del Atlántico, aquel 11 de marzo de 2004, toda mochila dejada en el metro neoyorquino se había convertido en objeto sospechoso.

madrid

–Cuando España sufrió el terrible ataque…

–En 2004.

–¿Vio pronto que el 11-M era un atentado islamista? Esa era la premisa con la que trabajábamos. En ese momento conocíamos que había un problema de terrorismo en España, en las provincias vascas, sabíamos que existía esa amenaza…

–La organización terrorista ETA…

–No recuerdo qué es lo que nos lo indicó, pero la premisa con la que funcionamos era que no estaba relacionado con ellos.

–¿Recuerda cómo reaccionaron aquel día?

–Mandamos al agente de Tel Aviv; cuando llegó, se puso en contacto con la Interpol y pudo ir a la escena del crimen para recabar detalles. Nos importaba mucho la composición y dónde se había montado la bomba… Tener a gente en el extranjero nos permite llegar con rapidez adonde han ocurrido los atentados y lograr la información. Yo no quería verme en la situación de esperar a tener la información de quien sea, el Gobierno o el FBI.

–La autonomía y los recursos de esta oficina antiterrorista han provocado controversia e incluso algún problema de competencias con el FBI y la CIA.

–Hubo cierta resistencia en el Gobierno federal, aunque no con el entonces jefe del FBI, Bob Mueller. Se trataba de complementar lo que hacía la Administración federal: ellos estaban en contacto con el embajador y yo buscaba algo diferente, una relación de policía a policía, porque hay algo único en ese vínculo. Y lo hicimos. Fuimos a los países que nos aceptaban, no lo hubiésemos podido hacer de otro modo. Destinamos a 11 agentes en 11 países para ayudarnos a recabar información.

–¿Diría que un modelo así podría funcionar en las capitales europeas?

–Debería conocer las especificidades de sus estructuras de gobierno para hacer esa recomendación, depende de la voluntad de cooperación que haya entre los países. Creo que hay aún alguna resistencia a la hora de compartir información o trabajar en equipo. Lo ideal sería que existiera una entidad como el Centro Nacional de Lucha contra el Terrorismo que está en Washington y reúne a las diferentes agencias con sus diferentes informaciones de inteligencia. Pienso que algo similar para Europa sería de mucha ayuda.

–Dentro de la gran agencia antiterrorista empezó a operar la llamada Unidad Demográfica, que fue acusada de infiltrar agentes en las comunidades musulmanas con la ayuda de la CIA y se acabó disolviendo. Associated Press ganó un Premio Pulitzer con las informaciones que publicó entre 2011 y 2012 sobre esta unidad. La Unidad Demográfica nació como una herramienta para conocer mejor la ciudad, pero acabó siendo muy controvertida.

–Nueva York es la ciudad más diversa del mundo, queríamos saber con más detalles dónde iba la gente, sabíamos que algunos que venían de Oriente Próximo tenían intención de involucrarse en el terrorismo. Nuestra pregunta era: ¿adónde van? Nueva York es una ciudad tribal en muchos aspectos. Si eres de un país X, hay posibilidades de que te mudes a una comunidad con compatriotas. Queríamos analizar eso, mirar en sitios de ciertos dialectos. Por ejemplo, en 2003, en la guerra de Irak, nos enteramos de que hubo 12 terroristas suicidas que venían de Libia, así que queríamos saber si había en la ciudad gente de ese país de la que debíamos conocer más cosas. No se hizo a escondidas, sino abiertamente. Íbamos a las comunidades, a los cafés, y preguntábamos… Era para proteger a la gente, todas las ciudades tienen derecho a saber quién vive en ellas. Los censos que se hacen aquí cada 10 años no te dan el nivel de detalle necesario para proteger a Nueva York.

Raymond Kelly, experto en lucha contra el terrorismo
Raymond Kelly, experto en lucha contra el terrorismo

–¿Qué se puede hacer ante los ataques terroristas de lobos solitarios, como las matanzas de Orlando y San Bernardino? ¿Cómo se protege un país o una ciudad de esa nueva amenaza?

–Con una enorme dificultad, porque se creía que los ataques terroristas tendrían lugar en las principales ciudades contra objetivos icónicos. Y San Bernardino no tiene que ver con eso, es una ciudad de 200.000 habitantes de clase trabajadora, no había forma razonable de anticipar un ataque allí a menos que se estuviera llevando a cabo una acción de inteligencia concreta… Todo lo que hicieron fue hacerse con un tipo de arma que se consigue sin problemas y disparar. Ninguno de esos ataques parece asociado a red alguna, sino llevado a cabo por individuos automotivados, y eso complica mucho su prevención. Así que debemos asumir que el país entero está en jaque. Tenemos que estar en guardia allá donde haya seres humanos, porque una gran concentración o incluso una pequeña puede un ser objetivo, es difícil de identificar. Por eso necesitas mucho intercambio de información, y esa es una acción que corresponde principalmente a las fuerzas de seguridad, lideradas por el FBI. Todo el mundo, todas las fuerzas de seguridad deben estar en alerta con esta amenaza, porque, según mi criterio, es un riesgo a nivel nacional.

–Esa acción de inteligencia es muy difícil si los individuos no están conectados a grandes estructuras…

–Sí, muy difícil. Ese es el mundo en el que vivimos. No solo aquí, sino también en España y en Europa.

–¿Qué diferencia ve entre Al Qaeda y el ISIS [siglas en inglés del autodenominado Estado Islámico]? ¿Qué tipo de amenaza supone este grupo?

Desgraciadamente, va a ser una amenaza para generaciones venideras. Como hemos visto, al mismo tiempo que pierden terreno en Oriente Próximo, Siria e Irak, crece la amenaza dentro de las fronteras de EE UU y la UE. Necesitan mostrar su capacidad para golpear, que aún tienen poder. Su visión, y lo que usan de cebo para reclutar gente, es que su religión está amenazada, que las mujeres y niños están siendo asesinados indiscriminadamente, y enseñan vídeos de atrocidades. Los abusos en la prisión iraquí de Abu Ghraib se convirtieron en una razón más para atacar a Occidente. Mohamed al Adnani, el portavoz del ISIS, ha alentado a la lucha: “Arrolladlos con un coche, apuñaladles, disparadles…”. Y lamentablemente siempre habrá gente dispuesta a responder a ese llamamiento, puede que no en un gran número, pero esto va a estar con nosotros durante mucho tiempo. Irónicamente, esto pasa mientras vamos diezmando sus fuerzas. Sabemos que sus efectivos terrestres se han reducido de unos 30.000 a unos 22.000. Estados Unidos ha estado en guerra, pero nunca las ha sufrido dentro de sus fronteras ni en el siglo XX ni en el XXI. Y ellos quieren traer aspectos de esas guerras aquí y a otros países desarrollados.

Ataque en Niza, un lobo solitario ejecutó una matanza inédita
Ataque en Niza, un lobo solitario ejecutó una matanza inédita en Francia

*Fotografía de Rebecca Greenfield

*Publicado en El País Semanal