Hombre de honor, Cristina Fernández lo crucificó cuando Amado Boudou era vicepresidente y ya había comandado el aparato kirchnerista para apropiarse de Ciccone y la maquina de hacer billetes. En esa época tormentosa, CFK ocupaba la Casa Rosada y Esteban Bebe Righi era Procurador General de la Nación. Boudou acusó en una conferencia de prensa que Righi hacia operaciones en Comodoro Py, y la Presidente avaló ese mecanismo de defensa del reo ya detenido por el caso Ciccone. Boudou mintió: Bebe sólo había cumplido con su ética y sus principios: defendió el trabajo del fiscal federal Carlos Rívolo, que acusaba al vicepresidente de corrupto. Righi y Rívolo tenían razón: Boudou era corrupto.
Righi era un maestro del derecho penal que ocupó el Ministerio del Interior a los 35 años, cuando Héctor J. Cámpora alcanzó la Presidencia en 1973. El Bebe tenía un espíritu indomable y un día llegó al Palacio de la Policía Federal para explicar a oficiales y suboficiales que en democracia ya no se avalaría la represión ilegal como método de investigación criminal. En ese entonces, la Policía Federal junto a las Fuerzas Armadas ya se preparaban para actuar en las sombras bajo las órdenes de José López Rega (a) El Brujo.
Juan Domingo Perón voltea a Cámpora y designa a Raúl Lastiri, yerno de López Rega y fanático de las corbatas. Righi renuncia al Ministerio del Interior y se exila en México. Años duros y complejos, plagados de muerte y desolación. Regresó con la democracia, volvió a la enseñanza del derecho y fue nombrado por Néstor Kirchner como procurador general. A él, lo quería. A ella, no.
